Esta semana, un estudio de la Universidad de Cambridge captó la atención de la comunidad científica (y la mía también), luego de que astrónomos detectaran huellas químicas en el planeta K2-18b que podrían ser indicios de vida microbiana.
Lo más llamativo es la detección de compuestos como sulfuro de dimetilo (DMS) y/o disulfuro de dimetilo (DMDS), sustancias que, al menos en la Tierra, solo se generan por actividad biológica, principalmente por organismos oceánicos como el fitoplancton. ¿Podría pasar lo mismo allá?
Aunque todavía falta mucha investigación para confirmar si realmente hay vida, este hallazgo se posiciona como una de las señales más prometedoras que hemos tenido fuera del Sistema Solar.
¿Qué sabemos de K2-18b?
Este planeta fue descubierto en 2015. Está ubicado a 124 años luz de nosotros, en la constelación de Leo, y lo más interesante es que se encuentra en la zona habitable de su estrella. Es decir, ni muy caliente ni muy frío como para que la vida, tal como la conocemos, tenga una chance.
K2-18b orbita una estrella enana roja, más pequeña y fría que nuestro Sol. A diferencia de la Tierra, este planeta es una “supertierra”, ya que tiene casi nueve veces más masa. Por eso ya había despertado el interés de los científicos, especialmente porque en estudios anteriores ya se habían detectado metano, dióxido de carbono e incluso vapor de agua en su atmósfera.
Ahora, gracias al telescopio espacial James Webb, los astrónomos planean estudiar en mayor profundidad la composición atmosférica de este intrigante mundo.
Andrea Mejías, doctora en astronomía de la Universidad de Chile, comentó que este es un paso clave en la búsqueda de vida fuera del sistema solar. Explicó además que la baja actividad de su estrella enana roja es un factor positivo, ya que las altas emisiones magnéticas de algunas estrellas pueden dañar cualquier posibilidad de vida en planetas cercanos.
Y por si fuera poco, K2-18b es considerado un planeta “hyceano”, un tipo de mundo que podría contar con enormes océanos y una atmósfera rica en hidrógeno y helio. En resumen, condiciones que, aunque distintas a las de la Tierra, no descartan para nada la posibilidad de que algo —o alguien— esté allá afuera.